Cómo se regula la presión arterial en pacientes hipertensos

Además de la capa elástica de las arterias, existen otros dos factores que regulan la presión arterial: la cantidad de sangre que fluye y la resistencia al flujo ofrecida por la sangre y sus vasos.
El flujo de la sangre circulante se adapta mediante complejos mecanismos nerviosos y químicos que satisfacen las demandas imperantes. Después de una comida, el sistema nervioso autónomo o vegetativo, que es el responsable del control automático e inconsciente de las funciones corporales, dilata las arterias que irrigan el estómago y el intestino delgado. Esto conduce una cantidad de sangre adicional hasta esta región para afrontar los procesos digestivos y se compensa mediante el estrechamiento de las arterias en otras partes del cuerpo cuyas demandas de sangre son menos inmediatas.
Cuando estamos en peligro, asustados o irritados, la adrenalina, la hormona del estrés que liberan las glándulas suprarrenales por acción refleja, hace que el corazón empiece a latir más deprisa y desvía la sangre de la piel y de otras áreas a los músculos de las extremidades. Esto explica el aspecto de la cara, pálido como la cera, típico de la irritación o del terror y nos prepara para la primitiva reacción ante el peligro con una respuesta de lucha o huida.
El flujo también varía considerablemente de acuerdo con el estado de actividad de una persona. Habitualmente es de unos 5 litros por minuto en reposo, lo que se denomina gasto cardíaco y depende de la cantidad bombeada en cada contracción del corazón y del número de contracciones por minuto o frecuencia cardíaca. El gasto cardíaco puede ser cinco o seis veces superior durante el ejercicio aeróbico prolongado, como correr a campo traviesa, cuando el corazón late muy deprisa.
La capacidad del flujo sanguíneo para cambiar con tanta rapidez, como respuesta a las necesidades minuto a minuto de nuestro organismo, demuestra la importancia de la resistencia al flujo en el mantenimiento de una presión sanguínea estable. El espesor (denominado viscosidad) de la sangre es parcialmente responsable de esta resistencia, ya que, cuanto más viscoso es un líquido, más difícil resulta bombearlo a lo largo de un conducto estrecho. En condiciones normales, la viscosidad de la sangre no se modifica, lo que significa que el principal responsable de la regulación de la presión arterial es el calibre de los propios vasos sanguíneos.
Esto nos conduce hasta las arteriolas, que son muy importantes para determinar si la presión arterial se mantiene en unos límites seguros de normalidad o si oscila peligrosamente y amenaza la salud y la vida. Ya hemos mencionado el papel significativo que las arteriolas desempeñan para disminuir la presión de la sangre a medida que ésta las atraviesa, camino de la red capilar. Los diámetros de estos vasos varían según que sus paredes musculares estén relajadas o contraídas. Esto está determinado por los impulsos que se originan en un grupo de células nerviosas, el denominado centro vasomotor, localizado en el tercio inferior del cerebro, que alcanzan las paredes musculares a través del sistema nervioso autónomo o vegetativo.
Si disminuye la salida de sangre del corazón (p. ej., después de una hemorragia súbita), la disminución consiguiente de la presión arterial es contrarrestada, al menos en parte, por la contracción de las paredes de las arteriolas. Cuando aumenta el flujo de sangre desde el corazón, es necesario que las arteriolas se relajen ligeramente para mantener constante la presión arterial.
Si, por cualquier razón, no lo consiguen, el flujo dentro de estos vasos ha de disminuir o debe aumentar la presión en su interior. El corazón continúa manteniendo un flujo constante de sangre para satisfacer las necesidades corporales por mucha resistencia que encuentre. En consecuencia, si el calibre de las arteriolas es demasiado estrecho, el corazón simplemente bombea la sangre con mayor fuerza para superar la obstrucción. El flujo sanguíneo continúa siendo normal a expensas de la presión arterial que, en consecuencia, aumenta.
Los riñones también desempeñan un papel importante en el control de la presión arterial. Estos órganos dependen considerablemente de un suministro constante de sangre, y, cuando este suministro disminuye, reaccionan liberando una enzima, la renina. En la sangre, esta enzima se transforma en una sustancia química denominada angiotensina, que provoca la contracción de las paredes de las arteriolas, por lo que aumenta la presión arterial y se restaura el suministro de sangre a los riñones. Los antihipertensivos del grupo de los inhibidores de la ECA, es decir, de la enzima convertidora de la angiotensina, impiden la producción de angiotensina, con lo cual evitan este áuriiento de la presión arterial.
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