Dolores físicos

El dolor físico es parte de la existencia misma. El hecho de lesionarse los dedos con una puerta, quemarse la mano con el mango caliente de un sartén que está sobre la estufa o torcerse el tobillo al practicar un deporte generan la sensación de dolor. En general, el dolor experimentado en la vida suele ser intenso y a la vez de breve duración. Quizá persista unos cuantos minutos o continúe durante días o semanas, y ello depende de la gravedad de la lesión y el tiempo que tarde en cicatrizar. Empero, lo usual es que el dolor desaparezca tarde o temprano. Este tipo de dolor transitorio recibe el nombre de dolor agudo.
Cuando el dolor persiste mucho más allá del proceso de cicatrización o no parece haber existido lesión previa alguna o daño corporales que lo produjeran, se habla de dolor crónico. En términos generales, se califica de crónico cuando persiste más de 3 meses. En una encuesta realizada en 1996 entre empleados estadounidenses, se encontró que más de dos terceras partes, es decir, más de 80 millones de personas sufren dolor crónico o episodios repetidos de dolor. Esta fue la razón por la cual los empleados se ausentaran de su trabajo cerca de 50 millones de días en 1995.
El dolor crónico puede resultar abrumador. Sin embargo, es posible aprender formas para manejarlo, de modo que la existencia sea más satisfactoria y agradable, aun desempeñando las actividades cotidianas. La actitud hacia el dolor, aunada a los medicamentos y otras formas de tratamiento, pueden ayudar a controlarlo. Una parte importante del manejo del dolor consiste en entenderlo.
¿Porqué no cesa el dolor?
Cuando nuestro cuerpo sufre lesiones o infecciones, ciertas terminaciones nerviosas especiales de la piel, articulaciones, músculos y órganos internos envían mensajes al cerebro sobre los daños o estímulos desagradables. Algunas fibras nerviosas informan de manera instantánea al cerebro dónde se localiza el dolor, su intensidad y tipo (p.ej., agudo, ardiente o punzante). El cerebro 3 «lee» estas señales de dolor y envía el mensaje de suspender la actividad que genera el dolor. Por ejemplo, si se estaba en contacto con un objeto caliente, el cerebro determina la contracción de los músculos y, de esta manera, usted retira la mano.
El cerebro también envía a las células nerviosas (neuronas) el mensaje de suspender las señales de dolor una vez que la causa del dolor se ha retirado (por ejemplo, cuando la lesión empieza a cicatrizar). Sin embargo, a veces falla este mecanismo, como una puerta descompuesta que se queda abierta. Por alguna razón, el sistema nervioso continúa enviando señales de dolor al cerebro durante meses o incluso años después de haberse producido la cicatrización de la lesión, o incluso en ausencia de daño corporal. El resultado es el dolor crónico.
Función de las emociones en el dolor
No existe una definición precisa del dolor. Cada persona lo percibe de manera distinta. El dolor no sólo es una experiencia física, sino también emocional. Nuestra forma de interpretarlo y reaccionar ante él son el resultado de la experiencia personal y la formación. Por ejemplo, si se aprendió a ignorar el dolor o a tolerarlo, su efecto es menor que si se creció en una familia donde se habla mucho acerca del dolor experimentado y el sufrimiento que lo acompaña.
Cuando se padece dolor por tiempo prolongado, puede incrementarse el nivel de irritabilidad y frustración, conllevando a la depresión. Asimismo, es posible asumir el «papel de enfermo». De esta manera, la víctima del dolor requiere mayores atenciones al tiempo que se libera de algunas responsabilidades; pero tarde o temprano se torna más inactiva y aislada, con lo cual aumenta la percepción del dolor. Este comportamiento hacia el dolor puede convertirse en un hábito. El estrés y la insatisfacción tienden a amplificar el dolor y disminuir la tolerancia al mismo. Encontrar formas positivas para enfrentar el dolor puede generar beneficios de tipo físico y emocional.
Formas comunes de dolor crónico
El dolor crónico con frecuencia es debilitante, sin que por ello deje de ser tratable. Son múltiples las técnicas para lograrlo. La clave para controlarlo consiste en realizar una revisión minuciosa de sus causas y establecer una estrategia coordinada para su manejo. El tratamiento inmediato y eficaz contra el dolor agudo, como el experimentado después de una operación o un episodio de herpes zoster, en ocasiones puede prevenir el dolor crónico. Sin embargo, padecer dolor crónico no significa la pérdida de la esperanza. A continuación se enumeran algunas formas comunes de dolor crónico.
- Dolor en la parte baja de la espalda (dorsalgia baja): Más personas señalan dorsalgia baja que cualquier otro tipo de dolor crónico. Generalmente es el resultado de la tensión o desgaste musculares por abuso, lesiones o postura deficiente. (Vea Dolor en espalda y cuello en la página 46.)
- Dolor del cáncer: Gran parte del dolor que sufre una persona enferma de cáncer se relaciona con la presión que ejerce el tumor en crecimiento o a la diseminación de células tumorales en los huesos, tejidos u otros órganos. Como resultado final, el dolor puede intensificarse conforme la enfermedad avanza. El tratamiento con radiaciones y la quimioterapia suelen aliviar el dolor; pero también pueden causarlo. Además, el dolor puede empeorar si el enfermo está ansioso o deprimido. (Vea Cáncer en la página 164.)
- Dolor de cabeza (cefalea): El tipo más común de este dolor es la llamada cefalea tensional. Sin embargo, los médicos no tienen la certidumbre de que obedezca a tensión muscular verdadera. El comienzo o agravamiento de la cefalea tensional no siempre se relaciona con acontecimientos estresantes. El dolor punzante de la migraña podría guardar relación con cambios operados en los vasos sanguíneos de la cabeza. Este tipo de dolor de cabeza suele deberse a factores genéticos, medicamentos, bebidas alcohólicas, ejercicio, ansiedad o depresión. (Vea Dolor de cabeza en la página 78.)
- Dolor artrítico: Artritis es un término general para referirse a trastornos de las articulaciones. La osteoartritis, que usualmente afecta las rodillas, manos, caderas y columna, no tiene causa conocida. La artritis reumatoide incluye la inflamación de tejidos que rodean a las articulaciones y usualmente afecta las manos y pies. (Vea Artritis en la página 157.)
- Reumatismo: Aunque este término ya no se emplea, se refiere al dolor generalizado de varias partes del cuerpo. Cuando el reumatismo se limita a las articulaciones, se habla de artritis.
- Dolor neuropático: Es el que resulta del daño al sistema nervioso y puede ser uno de los tipos de dolor más difíciles de tratar. Algunas personas experimentan dolor punzante intenso en la mejilla, labios, encías o barbilla de un lado de la cara. Otra forma de dolor relacionado con daño de los nervios ocurre después de un ataque de herpes zoster, enfermedad que usualmente se presenta en ancianos y genera una forma de dolor ardoroso.
Estimulación de sus analgésicos naturales
En diversos estudios, se ha comprobado que el ejercicio aeróbico puede estimular la liberación de endorfinas, que son los analgésicos naturales del cuerpo. Las endorfinas son analgésicos parecidos a la morfina que envían mensajes de «cese del dolor» a las neuronas. Al parecer, la duración del ejercicio importa más que su intensidad. La práctica de ejercicio aeróbico de baja intensidad durante 30 a 45 minutos por sesión, 5 o 6 días a la semana puede producir este efecto. Es primordial que aumente paulatinamente el ejercicio. Incluso 3 o 4 días por semana pueden tener cierto efecto.
Si se inicia un programa de ejercicio más intenso que la caminata, el individuo debe someterse a una evaluación médica en caso de:
- Ser mayor de 40 años
- Haber llevado una vida sedentaria
- Mostrar factores de riesgo de enfermedad coronaria (vea la página 172)
- Tener problemas de salud crónicos
Autocuidados
Una vez descartadas o tratadas enfermedades graves, pregunte al médico acerca de las opciones siguientes:
- Permanecer activo. Tome en consideración las actividades que puede realizar. Intente el desempeño de nuevas aficiones y actividades. Practique ejercicio todos los días. Una actividad que en el principio produce cierto dolor no necesariamente empeora o agrava el dolor crónico. En caso de padecer artritis, el ejercicio puede mejorar la amplitud del movimiento de las articulaciones. Los ejercicios de la espalda y músculos abdominales pueden ser útiles para disminuir o incluso prevenir el dolor de la espalda. Los ejercicios deben iniciarse lentamente. Hay que realizarlos durante 20 a 30 minutos por sesión y repetir ésta tres o cuatro veces por semana.
- Interesarse en las actividades de otras personas. Si presta más atención a las necesidades de los demás, disminuye la atención en las propias dificultades. Conviene participar en las actividades de carácter voluntario de la comunidad, la iglesia u otras organizaciones.
- Aceptar la presencia del dolor. No hay que negar ni exagerar la situación orgánica; pero conviene ser claro y sincero ante otros respecto de la capacidad. Hay que ser honesto y práctico acerca de qué puede realizar y señalar a los demás cuando un compromiso resulta excesivo.
- Mantenerse sano. Se debe comer y dormir con base en un esquema de regularidad.
- Relajarse. La tensión muscular aumenta la percepción del dolor. Las técnicas tradicionales, como el masaje, o el baño en una tina de masaje (jacuzzi), promueven la relajación muscular y el bienestar general. Aprenda técnicas de relajación, como los ejercicios de respiración controlada y la visualización. (Vea Cómo controlar el estrés en la página 210.)
- Llevar un diario del dolor. Ello puede ser útil al conversar con el médico respecto al dolor.
Escribir una descripción detallada del dolor en el momento de sufrirlo. Describir la localización, intensidad y frecuencia del dolor, así como los factores que i lo agravan o mejoran. Usar palabras como escozor, penetrante, sordo, punzante o insoportable para describir las características del dolor Tomar nota de los días u horas del día en que el dolor se mejora o agrava.
Atención médica
Debe consultar nuevamente al médico si el dolor no disminuye en 4 a 6 semanas, si cambian sus características o si surgen nuevos síntomas.
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