El bullying: la responsabilidad es también de los padres

Es importante el desarrollo de virtudes positivas y que los padres trabajen en evaluar la sensación de fracaso. Enseñarles a los hijos que el fracaso no existe, que existe sólo el aprendizaje, y quizás ser un poco hindú en eso y cambiar la palabra «fracaso» por «aprendizaje» y «problema» por «lección». Si logramos hacer ese juego de palabras, cambiará absolutamente el significado de lo que yo estoy viviendo, y me hará vivir el dolor como una oportunidad de crecimiento; por lo tanto, me hace tolerar mejor la frustración. Me permite ponerme en el lugar del otro, desarrollar la empatía y no hacerle daño al otro; por lo tanto, jamás voy a postear a nivel tecnológico nada que al otro le haga daño, y así el bullying tiende a desaparecer.

Por eso siempre he dicho en forma muy brutal que el bullying no es otra cosa más que un grupo de niños maleducados. Posiblemente en sus casas no les han informado que no le pueden hacer al otro lo que no quieren recibir ellos. Si un adolescente aprende eso, jamás va a ser un agresor, de ningún tipo.
Cuando ese aprendizaje no se produce, entonces empiezan estos mecanismos que hoy día son tan sofisticados, y los psicólogos nos llenamos la boca hablando del bullying y de todo ese tipo de cosas, cuando en el fondo si los padres hacen lo que les corresponde y educan a los hijos en los valores correctos, ese niño jamás va a ser agresor y, por lo tanto, va a poder ayudar a alguien que es agredido y no al revés.

Entonces, el desarrollo de las virtudes es central en este período de los quince años, sobre todo en el aprendizaje del dolor, como una oportunidad de crecimiento en la vida emocional, en el establecimiento de redes sociales, en el poder tener amigos de verdad, donde estos valores sean practicados y donde yo como madre o como padre los vea, los vigile y sea capaz de criticar a mi hijo cuando escucho que dice, por ejemplo: «N0000, este gordo asqueroso». Entonces lo debo detener enseguida y decirle: «¿A ti te dolería que te dijeran así? Llámalo por su nombre, no hay para qué descalificarlo». Pero este tipo de actitudes hay que detenerlas en el minuto, porque si se deja pasar algo así, estoy validando esa ofensa; mi silencio la validó. Por lo tanto, dejé pasar una oportunidad para la educación en la virtud, que es lo que tendríamos que hacer fuertemente en esta etapa.

El uso de la tecnología en los adolescentes

Otro punto importante de esta edad es el tema de la tecnología y en qué medida utilizarla. Está claro que la tecnología llegó para quedarse. Internet cada vez va a tener más oportunidades, especialmente ahora con la línea touch, donde todo se toca, y ya casi no hay teclado. Es decir, va a seguir creciendo e invadiendo nuestras vidas privadas en forma casi agresiva. Frente a esta realidad, yo como adulto, como madre, como padre o como tutor de ese adolescente tengo que tener la capacidad de ver hasta dónde me engancha este circuito, porque si yo soy un padre que está todo el día con el computador, me acuesto con el notebook y me levanto con el blackberry, donde si estoy sentado a la mesa y me llega un mail, yo lo contesto mientras estoy comiendo, entonces no tengo ninguna autoridad moral para impedirle a mi hijo que haga lo mismo con los mensajes de texto, con Internet, con el MSN, con Facebook o con lo que venga adelante. Por lo tanto, lo primero que tengo que hacer aquí es preguntarme cuánto he permitido yo que la tecnología entre en mi vida y qué testimonio estoy dando como adulto a mis hijos en el manejo de esto.

Si me respondo que efectivamente controlo el tema de la tecnología, que hay minutos en que apago el celular porque es más importante conversar con mis hijos, si me acuesto y no tengo el notebook en la cama, entonces puedo exigirles lo mismo a mis hijos. Pero si me acuesto con el notebook, haciéndole sentir a mi mujer que el computador es más importante que ella, entonces estoy mostrando un modelo de pareja, un tivo si es bien llevado y no se pierde la esencia de la conversación cara a cara con el otro.
Yo prefiero que mis hijos gasten más dinero en teléfono, pero sean capaces de escuchar la voz del otro, a que estén chateando porque no tienen ningún matiz de nada y, por lo tanto, la interpretación o la lectura que yo tengo de un «te quiero mucho» en un MSN de un amigo es distinta a la que él de verdad quiso transmitirme. En cambio, al menos con un tono de voz lo voy a tener mucho más claro. Es mucho más real, más concreto.

No es menor que en un corto tiempo llegamos a estar más de dos millones de chilenos suscritos a Facebook y que seamos el país con más fotologs en el mundo. Estos antecedentes nos señalan que Chile es un país con escasísimas habilidades sociales y claramente la tecnología y estas redes sociales virtuales vinieron a solucionar un problema (cómo hablar y cómo decir lo que sentíamos), pero que, sin embargo, a la larga nos produce mayores conflictos y más serios. Yo creo que la tecnología en sí misma no es ni mala ni buena, ya que depende de cómo se use.

Hay parejas que han aprendido, por ejemplo, a mandarse mails, lo cual puede ser una muy buena estrategia de comunicación; de hecho, yo la recomiendo en un montón de terapias, siempre y cuando eso después quede depositado en una conversación, en la conducta cotidiana real con el otro, y no como una forma de comunicación donde yo nunca te dije nada de frente, pero a partir de los mails nos comunicamos fantástico.

Entonces, en el tema de la tecnología los padres tienen que poner límites; saber, por ejemplo, si su hijo tiene Facebook o conocer su fotolog, pero que él me explique y asumirme yo como ignorante. Que él me arme un Facebook para que yo me pueda meter y a través de eso tener acceso al mundo de mi hijo. Poder entrar en este tema que a los adultos nos da susto; por lo tanto, como nuestros hijos lo manejan mejor que nosotros, nos alejamos y con eso perdemos una cantidad de información y de control gigantesco y que a la larga puede traer problemas muy serios.




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