El reumatismo y la circulación sanguinea

La circulación está alterada en un grupo muy amplio de enfermedades reumáticas, aunque son muchas las que evolucionan sin producir daño alguno en la circulación. Estas alteraciones pueden ser debidas fundamentalmente a tres causas importantes:
- A las lesiones que se producen en el corazón.
- A las lesiones que se producen en los conductos de la sangre (arterias, capilares y venas).
- A la hipertensión arterial que se produce y sus repercusiones sobre toda la circulación.
El corazón puede afectarse en la «fiebre reumática» infantil, cuando el diagnóstico correcto se retrasa más de dos meses y el tratamiento adecuado se inicia demasiado tarde. Entonces se producen las lesiones cardíacas que pueden afectar a las válvulas y producir insuficiencia cardíaca, al músculo cardíaco, produciendo entonces palpitaciones y al pericardio, que es la envoltura del corazón, produciendo dolor y opresión en el pecho.
Pronto o tarde estas lesiones desarrollan insuficiencia del corazón, con fatiga, ahogos, hinchazón, etc.
Otras enfermedades producen también lesiones en el corazón, aunque son menos frecuentes, como:
- La «artritis crónica juvenil», aunque aquí es más corriente la pericarditis
- El «lupus eritematoso sistémico», que produce unas verrugas en las válvulas
- La «esclerodermia», que origina inflamación y cicatrices en el músculo del corazón
- La «polimiositis», que presenta más inflamación del músculo y menos cicatrices.
- La «poliarteritis nodosa», que además de producir daño en el corazón presenta también hipertensión, y
- La «espondilitis anquilosante», que daña la válvula aórtica.
Las enfermedades que producen lesiones en los conductos de la sangre que son las arterias, capilares y venas (que son los «vasos» sanguíneos) se llaman «vasculitis», porque son de causa inflamatoria y las enfermedades inflamatorias suelen terminar en «itis». Son muchas, porque hay más de cincuenta y muy importantes, porque pueden producir no sólo manifestaciones reumáticas, sino también la misma muerte unas más pronto y otras más tarde, unas por insuficiencia del riñón, otras del corazón, etc., o por diversas complicaciones.
Hay un grupo de ellas que aunque pueden ser muy graves y producir la muerte en días o semanas, son de curso corto y si se consigue dominarlas, sobreviene la curación y no vuelven a aparecer, a no ser que el enfermo se ponga voluntaria o inadvertidamente en contacto con la substancia que produjo su aparición.
Estas substancias son compuestos químicos que lo mismo pueden ser de uso agrícola o industrial que sencillos medicamentos o sueros que se han administrado con algún motivo y han producido estas intolerancias.
Hay otras que son debidas a los mecanismos de defensa que estan alterados y en vez de servir de protección al organismo producen defensas defectuosas que resultan perjudiciales. Y hay otro grupo producido por sustancias extrañas al organismo que las defensas no pueden digerir y persisten tanto tiempo que acaban por agotar la vitalidad del enfermo. Todas pueden ser tratadas y dominadas por medios específicos.
Por último la «hipertensión» se puede presentar en muchas enfermedades. Unas veces está directamente relacionada con la enfermedad reumática que el enfermo padece y otras no lo está. Pero en todos los casos complica la situación, puede agotar las reservas del corazón, puede disminuir la cantidad de oxígeno que la sangre reparte y en todos los casos empeora el estado creado por la enfermedad reumática que se padece. Es conveniente saber qué es lo que la produce para darle el tratamiento oportuno.
Esto quiere decir que las enfermedades reumáticas producen algo más que dolor y aquí se menciona para que los enfermos sepan que cuando padecen reumatismo, además del dolor que sufren, otras muchas cosas pueden estar alteradas y necesitan ser atendidas. Ignorarlas es muy peligroso, porque pueden ser tan importantes que comprometan la vida del enfermo. En el mejor de los casos complican la situación cuando producen síntomas nuevos y dan testimonio de falta de previsión.
Algunos ejemplos
Doña Encarnación era una señora de unos cincuenta años que padecía cirrosis hepática desde hacía unos seis años y se trataba de forma muy irregular. Durante el último invierno empezó a notar cambios de color en los dedos de las manos, con sensación de dedo muerto que desapareció con la primavera. Cuando volvió a llegar el invierno empezó a notar dolores articulares, hormigueos, acorchamiento y dedo muerto y ocasionalmente urticaria. Ultimamente presentó también manchas obscuras en la piel de manos, orejas, nalgas, que dejaban la piel teñida de un color ocre, picazón y ampollas que dejaban úlceras. El examen complementario reveló que la enferma padecía una inflamación en las pequeñas arterias (vasculitis) debida a la composición anormal del plasma, que se solidificaba por la acción del frío, dentro de las arterias («crioglobulinemia»).
Emilia era una joven recién casada que a los veintiséis años desarrolló una gran flojedad que le impedía hacer fuerza con los brazos y piernas. No podía peinarse, ni mantener los brazos elevados. No podía incorporarse sola de la cama. No podía levantar la cabeza cuando estaba acostada. Fue tratada con vitaminas y reconstituyentes sin éxito, sin mejorar. Un día apareció una gran fatiga que no le permitía estar acostada en cama.
Tenía que dormir reclinada. La exploración que se le practicó entonces reveló dolor y debilidad en los músculos de los hombros y nalgas que el examen complementario reveló se trataba de una «polimiositis». La enfermedad afectó al corazón y tenía una insuficiencia cardíaca, que no pudo superar.
Pedro tenía diez años cuando se enfrió una noche en la playa y sufrió una faringitis con dolor de garganta al tragar, tos seca. fiebre, flojedad, que mejoró en una semana con gárgaras de agua bicarbonatada. A los veinte días empezó a tener dolores articulares en distintas articulaciones. breves, que aparecían y se marchaban, que mejoraron con aspirina. A partir de entonces empezó a notar cansancio, fatiga, no podía jugar, se le hincharon las piernas y cuando le llevaron al médico y éste le auscultó comprobó «endocarditis reumática». Tenía una lesión en la válvula mitral. El tratamiento pudo detener el proceso pero no pudo hacer desaparecer la lesión valvular, que persiste, afortunadamente compensada.
Don Pablo era un hombre de cincuenta años que padecía gota. Había sido diagnosticado por un especialista que le dio un tratamiento que le había probado mucho. Hacía varios años que había vuelto a tener dolores porque tomaba la mitad de las pastillas que le habían recomendado. Ahora tenía mareos, había perdido un poco la vista y había tenido un dolor de riñones muy fuerte durante una semana. El examen reveló que padecía tofos, tenía hipertensión (200/120), retinitis hipertensiva, insuficiencia renal con urea en la sangre y albúmina en la orina, debida a la «gota renal». Había tomado las pastillas para no tener dolor, pero no las que regulaban el metabolismo de ácido lírico. Ha mejorado con tratamiento.
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