El sexo en los adolescentes

Una cosa llamativa en esta generación es la impaciencia, es la sensación de rapidez con la cual quieren experimentar sensaciones, porque eso pareciera hacerlos sentir vivos, más que grandes. Tiene que ver con la conexión, con la adrenalina, con el que desaparezcan las angustias, las responsabilidades. Y el vivir al máximo pasa por la imprudencia, por la pérdida de control, por no saber lo que estoy experimentando. Un gran porcentaje de adolescentes tiene hoy su primera relación sexual bajo la influencia del alcohol;por lo tanto, sin conciencia de lo que están haciendo.
Y esta impaciencia es con todo en la vida, no sólo con el tema sexual. Es como querer vivir las cosas muy al filo de ciertos riesgos o peligros. Por lo tanto, esta impaciencia, esta dificultad de autocuidado, este escaso pudor, lleva a que los adolescentes experimenten la sexualidad, en la gran mayoría de los casos, no asociada al afecto, sino sólo a la práctica, y eso los disocia. Empiezan a sentir interiormente grandes cuotas de angustia, sobre todo las mujeres, porque ellas están por naturaleza más intrínsecamente hechas para asociar o mezclar lo emocional; por lo tanto, cuando se les obliga a disociado porque están bebidas o porque así hay que hacerlo, les genera una sensación de angustia que hace que se frustren en las expectativas.
Las fuentes de informacion de los adolecentes
Hoy todo lo que de alguna manera los adolescentes saben del sexo o de la sexualidad, el exceso de información, termina por no servirles de nada. Por ejemplo, toda los conocimientos que ellos manejan, en relación a cómo cuidarse en términos de mecanismos de anticoncepción, no los usan porque asumen que nunca van a vivir una situación tan extrema, y si la vivieran, tampoco van a correr ningún riesgo porque no les va a pasar nada.
Esto de que tanto a ellas como a ellos no les va a pasar nada es una característica central de la adolescencia; se llama principio de invulnerabilidad. Es un principio que tiene características neurológicas, cerebrales, donde hay ciertas partes del cerebro que se bloquean en la evaluación de los riesgos, pero después tiende a desaparecer a medida que el adolescente crece. Sin embargo, con la asociación que hoy día existe con el alcohol, este principio de invulnerabidad propia y muy potente, los agota mucho porque los hace jugar un juego para el cual no están preparados.
Y ahí también se ha ido produciendo una alteración del concepto de virginidad, producto del au-
mento del sexo oral. Eso tiene que ver con conductasfacilistas de la mujer. Siempre digo que la mujer chilena «es más fácil que la tabla del 1 «. Por lo tanto, esto hace que ellas vivan experiencias de sexualidad sin involucrar a la vagina y así se siguen llamando vírgenes, pero en ellas no está presente el concepto de pureza asociado a la virginidad, el concepto de entrega. La virginidad no se pierde. Yo pierdo un llavero, pierdo un cuaderno, puedo perder ropa, pero no voy a perder algo mío; ¡yo lo regalo! Y si lo regalo, lo lógico sería que yo tuviera plena conciencia sobre a quién se lo estoy regalando y que esa persona tuviera plena conciencia sobre quién soy yo para hacerle un regalo adecuado, de la forma en que yo espero entregarlo. Por lo tanto, siento que los adultos hemos fallado notoriamente en entregar un concepto de virginidad asociado sólo a la vagina y que si esa vagina no es penetrada, entonces esa niñita sigue siendo virgen; que a pesar de haber tenido todo tipo de caricias, de haber realizado todo el sexo oral posible, de haber tenido relaciones con muchos hombres en su vida, el concepto de virginidad sigue intacto.
Creo que hay un tema ahí que se debe reflexionar socialmente, sobre todo los que creemos en el concepto de la espera, la espera en la madurez, la espera en el compromiso para poder entregar esta parte mía, porque evidentemente esa persona, me guste o no, va a formar parte de mi memoria emocional, si es que estoy sobria, por harto tiempo y quizás por toda la vida. Entonces creo que le hemos ido perdiendo el valor, a pesar de que pienso que hay un grupo grande de jóvenes, de mujeres y hombres, que lo siguen valorando como algo importante, pero que no se atreven a decirlo, porque son castigados socialmente, al tratarse de un tema antiguo, un tema que aparentemente no tiene sentido. Y en eso los padres tenemos la responsabilidad de hacerles soñar con ese concepto, tanto a hombres como a mujeres. De hacerles valorar esto como una entrega real, como una espera bonita y no como un tema que ya pasó de moda, y no porque los tiempos hayan cambiado, nosotros debiéramos entonces re-formular también este concepto.
Siempre el inicio de la sexualidad tiene que estar asociado al compromiso, a la madurez, por lo menos física. Si a los quince años ni siquiera está preparada la estructura ósea de las caderas de esas niñas o la estructura del hombre para poder tener buen sexo, mucho menos va a estar preparada mi afectividad, mi permanencia, mi emocionalidad, si en la mañana amanezco llorando, en la tarde me río a carcajadas y en la noche estoy angustiada.
¿Debemos postergar el incio de las relaciones sexuales?
Con esa variabilidad natural que yo tengo a los quince años, difícilmente voy a poder experimentar una sexualidad estable. Por lo tanto, la angustia posterior al evento, sobre todo en las mujeres, es muy alta. Los hombres, como tienen mejor capacidad para separar las cosas, pueden desbloquear el tema y si lo hicieron, ya pasó y no hay nada más, muy diferente al mundo femenino.
Desde mi visión, que puede ser sesgada, tengo la convicción de que la sexualidad tiene que estar asociada a la espiritualidad, y no a una religión, sino que a la trascendencia con el otro, donde yo, junto con entregar mi cuerpo, estoy entregando un pedazo de mi alma y estoy haciendo que el otro conozca mi vulnerabilidad, mi piel entera, mis pliegues corporales, mi espacio más íntimo, mi mundo más sagrado. Creo que hemos ido perdiendo la noción de que somos seres espirituales viviendo experiencias humanas y no al revés. En la medida en que logremos incorporar de nuevo en la sexualidad esa dimensión de espiritualidad, en que entendamos que no es un acto animal como lo hacen los animales, en que veamos en la sexualidad un sentido de importancia real, vamos a empezar quizás a tener jóvenes que disfruten más de la sexualidad.
En mi generación, la de los cuarenta años, todos los problemas sexuales que enfrentamos son por
desconocimiento, por no saber, porque nadie nos habló, porque no teníamos dónde leer. Me atemoriza pensar que todos los traumas sexuales que va a tener la generación actual en el futuro vayan a ser por exceso de información y de práctica, pero por una práctica sin sentido. Me he encontrado en talleres con grupos de personas de treinta años, hombres y mujeres, que son viejos de alma, porque ya han experimentado todo lo que tenían que experimentar: probaron todo tipo de parejas, mezclaron todo tipo de cosas, usaron alcohol y drogas con ese afán experimentador. Repito: son viejos de alma, que dejaron de tener sueños, que no saben cómo construir una adultez con una sexualidad sana, porque están aniquilados con el exceso de experiencia que tienen. Y una mala experiencia, además, no comentada. Esto le hace sentir una soledad y angustia tremenda a una generación que está recién empezando potencialmente una vida sexual buena. Debieron haberla vivido en la edad que correspondía, con la persona apropiada y de la forma adecuada, y no como lo hicieron, que es una manera bastante «animalesca», con poco sentido.
Las parejas que construyen una sexualidad sana, adolescentemente hablando, son parejas que tienen un nivel de madurez adquirido por cómo está constituida la familia, y generalmente eso ocurre después de los 18 años. Además, pasa un fenómeno que también es antiguo: cuando se va a romper una relación a los dieciséis o a los diecisiete años, y con esa persona se tuvo la primera experiencia sexual, siempre existe el temor, sobre todo en las mujeres, de qué va a pasar cuando yo le diga a mi nueva pareja que ya tengo experiencia sexual. Se podría decir que eso es antiguo, que no pasa, pero las adolescentes se lo preguntan y les duele sentir que partieron a una edad equivocada. Y si se hace una curva estadística: se van a comprometer a los veinticinco o a los veintiocho años con el hombre o la mujer de su vida y si tienen relaciones estables de alrededor de dos años cada una, eso quiere decir que se van a acostar con diez personas antes de encontrar a la pareja permanente. Cuando lo contrastan con esa realidad, se puede decir: «No es menor el detalle, yo no sé si estoy tan dispuesta(o) a acostarme con tanto tipo(a) en mi vida».
Ahora, hay un grupo al que no le importa y que simplemente va a incorporar esto como una experiencia de su vida y va a seguir adelante. Pero hay un grupo grande al que sí le importa, pero que no es capaz de verbalizarlo, porque se siente ridículo, con el mismo temor que tiene una adolescente virgen que hoy día no se atreve a decir que a los 16 años todavía no besa a nadie, por ejemplo. Cosa que le pasa a mi hija de quince años. Cada vez que ella cuenta que no ha besado a nadie, que nunca se ha emborrachado,como muchas de sus compañeras de curso, queda fuera del circuito y la ven extraña.
Entonces poder mantener un resguardo pudoroso para una mujer o para un hombre es complicado, y es más difícil para los hombres, ya que son más apresurados en ejercer una práctica al respecto, porque tiene que ver con la masculinidad, con que el papá se quede tranquilo creyendo que su hijo no es homosexual, por ejemplo.
¿Qué pasa con las relaciones entre mujeres a esta edad?
En el caso de las mujeres, a esta edad se empieza a producir el juego lésbico que funciona más fuertemente cuando ya están entre Primero y Segundo Medio del colegio, porque es cuando comienzan a probar sensaciones, y como no quieren quedar embarazadas, pero sí desean vivir la sexualidad, entonces eligen niñitas para poder experimentar este juego. Esto ha sido muy mal educado por las madres, que hemos verbalizado por generaciones y generaciones: «Cuídate de los hombres, que los hombres son desgraciados, que los hombres son todos iguales, que siempre van a ser infieles, que te van a dejar embarazada». Por lo tanto, si una niñita tiene en el arquetipo de su inconsciente metido esos conceptos, va a intentar probar con una mujer.
Entonces, hay una responsabilidad social de las madres y de las abuelas muy importante en el sentido de analizar cómo hemos transmitido la visión de los hombres como unos desgraciados, infieles permanentes, donde todos son malos y, además, son todos iguales. Y, por otro lado, hay una cierta permisividad en relación con la experimentación, que evidentemente hace que ellas se equivoquen. Es importante recalcar que si una niñita tiene una experiencia sexual equivocada con otra niñita en un momento determinado, eso no significa que ella se va a transformar en lesbiana. Las mujeres pueden incorporar dentro de su vida emocional experiencias alteradas, erróneas con otras mujeres y después reconectarse con su heterosexualidad y funcionar en forma normal a lo largo de la vida.
¿Y en el caso de los hombres?
En el caso de los varones es distinto, porque si un hombre experimenta un acto sexual con otro hombre, la pulsión biológica que tiene este acto sexual le va a hacer repetir o necesitar repetir generalmente esa conducta, lo cual hace más probable que ese hombre descubra, y no opte, una condición homosexual.
Insisto en el descubrir y no en el optar, porque la homosexualidad no es una elección ni es una opción, es una condición que el adolescente descubre a lo largo de su vida y que termina por descubrir, en Chile, por lo menos después de los veinte años. Eso en relación al tema de la sexualidad y de los juegos sexuales que estos adolescentes tienen.
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