Evolución del enfermo reumático

Psiquiatras americanos estudiaron con una serie de pruebas a un grupo de pacientes que sufrían artritis reumatoide, que es una poliartritis crónica progresiva, con tendencia a producir alteraciones articulares irreversibles e incluso puede llegar a producir la invalidez.
Con la información que obtuvieron se atrevían a anticipar cuáles eran los pacientes que responderían al tratamiento y mejorarían más y cuáles eran aquellos que no responderían al tratamiento y mejorarían menos.
He aquí algunas contestaciones de los que anticiparon que no responderían bien al tratamiento:
- Estoy arrepentido de muchas cosas.
- La gente no suele entenderme bien.
- Cualquier objeción me deja sin habla.
- Con frecuencia me siento frustrado.
- Mis amigos me critican sin motivo.
- Hago cosas que no desearía hacer.
- Es imposible practicar la moral.
- Soy muy tímido y me avergüenzo pronto.
- Duermo mal y poco y me levanto cansado.
- Tengo las digestiones muy difíciles.
- Lo dejaría todo al primer contratiempo.
- No me gustan los reuniones de amigos.
- Creo que el fin justifica los medios.
- Me molesta la gente que no está de acuerdo conmigo.
En cambio, anticiparon que mejorarían más quienes decían:
- A mí me gusta resolver problemas.
- Me llevo muy bien con mi mujer.
- Mis hijos me hablan de sus cosas.
- Trabajo a gusto en mi profesión.
- No tengo problemas con mis amigos
- Me limito a vivir de lo que tengo.
- Pertenezco a un asociación profesional.
- Sé dominarme cuando estoy contrariado.
- Procuro ser amable con todo el mundo.
- Acepto las objeciones que son razonables.
- Me gusta cumplir con mis compromisos.
- No me gustan las trampas en la vida.
- Prefiero ser un buen profesional que famoso.
- Siempre hay paz cuando hay buena voluntad.
Los enfermos que tienen una personalidad equilibrada y son constructivos, amables, asequibles, trabajadores, amistosos, honestos, sociables, objetivos, responsables, sinceros y generosos obtienen mejores resultados del tratamiento que los que carecen de estas cualidades necesarias para la convivencia familiar y social, para las buenas relaciones personales y para el buen crédito profesional.
Naturalmente que el médico no puede cambiar la personalidad de los enfermos ni la escala de valores que tienen establecida de manera intuitiva o convencional. Pero debe esperar que el carácter del enfermo y el de sus familiares más cercanos ejerzan una gran influencia en la evolución de su proceso, aunque no sea más que por su tendencia a interferirse en la realización del programa terapéutico, colaboración en el programa básico y tolerancia en el cambio de hábitos.
Veamos algunos ejemplos
Por ejemplo, Margarita era una adolescente de quince años que enfermó de una artritis crónica juvenil y aunque tenía pocas articulaciones inflamadas, los dos codos estaban afectados con dolor e inflamación. Hasta entonces había sido una excelente alumna en el Conservatorio y su madre esperaba que llegara a ser una buena concertista. Pero era hija única y su madre quería que llegara hasta donde ella no había podido llegar.
Aunque pronto se vio que había muchas posibilidades de controlar la enfermedad y grandes esperanzas de que continuara su carrera, el disgusto que tuvieron al conocer el nombre de la enfermedad les llenó de pesimismo y renunciaron al Conservatorio, sin la esperanza de triunfo artístico.
Otro ejemplo lo tenemos en Don Vicente, un banquero de mediana edad que empezó a padecer gota a los treinta y cinco años. En principio tardó años en ir a ver al médico, porque, como ocurre habitualmente en esta enfermedad, después de un ataque de artritis se encontraba muy bien. Cuando se confirmó la enfermedad se le recomendó un tratamiento, después de explicarle cuál es la evolución de la gota cuando no se trata bien, que acaba destruyendo el riñón y produciendo urea, hipertensión e insuficiencia renal.
Pero él creyó que esto no sería así porque se encontraba bien entre los ataques de gota, durante el intervalo que duraba meses. No se trataba más que los ataques y en pocos años tuvo piedras, urea e insuficiencia renal.
Doña Ramona era una joven ama de casa que padecía artritis reumatoide con inflamación de los dedos de las manos, muñecas, codos, rodillas y pies. Aceptó y siguió un tratamiento en el que se incluyó unas pocas semanas de reposo absoluto en cama, unas semanas más de reposo relativo y la medicación correspondiente que se administró con puntualidad.
Cuando se le practicó una revisión a los tres meses se comprobó que las articulaciones no estaban inflamadas y que los movimientos articulares eran completos en todas las articulaciones menos en la muñeca del lado derecho, que estaba rígida. Se acabó por descubrir que el abanico manejado durante todo el día impidió el reposo de esta articulación y había sido la causa de la rigidez. La enferma lo comprendió, siguió el tratamiento y vivió una vida normal.
Ernesto era un joven estudiante que empezó a padecer un reumatismo inflamatorio en la columna vertebral llamado espondiloartritís. Con un diagnóstico precoz y un tratamiento eficaz el enfermo mejoró de forma espectacular. Pero necesitaba un poco de medicación a diario, algunos ejercicios de gimnasia y ciertas previsiones respecto a la postura del cuerpo, que el enfermo no aceptó porque se encontraba muy bien. Al interrumpir el tratamiento empeoró y entonces cambió de médico.
Se le recomendó que tomara cortisona e inmediatamente mejoró. Continuó tomando los comprimidos necesarios para sentirse bien y así empezó a engordar, se le hizo una curva pronunciada en la columna vertebral, tuvo dolores en las caderas con pérdida del movimiento y acabó en una silla de ruedas por el curso de una enfermedad mal tratada con dosis altas de un medicamento perjudicial para su enfermedad.
Algunos enfermos piensan que el «reumatismo» es sólo una enfermedad de viejos y al comprobar que padecen «reumatismo» piensan que se les ha escapado la oportunidad de vivir una vida normal. Otros desarrollan un sentimiento de culpabilidad porque atribuyen la enfermedad a algunos excesos cometidos o a ciertos hábitos inconfesables, o bien al exceso de trabajo, alguna corriente de aire, a los disgustos que sufren, etc.
Parece ser que una actitud positiva o negativa hacia su enfermedad aparece según hayan tenido previamente una actitud generosa o mezquina con los demás. No es raro que desarrollen algún resentimiento hacia la familia, amigos, etc., y hasta con el médico, por el hecho de que ellos se mantienen sanos. Los hay que lo revelan con una conducta hostil y agresiva.
Cuando se investiga este problema más a fondo resulta que los psicólogos encuentran varías respuestas a estas actitudes:
- El enfermo cree que el médico no hace mucho caso al impacto que el reumatismo produce en el enfermo con sus dolores, temores, incapacidad y miedo al futuro;
- La mayoría de los enfermos quieren saber más acerca de su enfermedad, pero no entienden claramente las respuestas a sus preguntas;
- algunos enfermos creen incluso que el médico no conoce muy bien la enfermedad que padece.
También se encontraron otros problemas importantes:
- Son muchos los enfermos que dicen padecer «reumatismo», pero son pocos los que saben cuál es la enfermedad reumática que padecen;
- Los que conocen el nombre de la enfermedad reumática que padecen no saben mucho respecto al curso natural y acerca de los efectos del tratamiento;
- Los que han sido bien atendidos por su médico conocen la enfermedad que tienen y las instrucciones que deben seguir en el tratamiento, lo descuidan en un caso de cada tres;
- La mayoría de los enfermos descuidan o abandonan el tratamiento básico (ejercicios, reposo, calor, etcétera) y sólo toman las medicinas;
Los objetivos del médico no coinciden con los del enfermo y mientras aquél desea obtener una buena capacidad funcional, éste piensa más en la deformidad o el dolor.
Las cosas que el enfermo llega a mezclar con el tratamiento médico «para que le haga más efecto» son impensables, porque además de las mencionadas en el capítulo de los errores del enfermo reumático hay muchas más, hasta el infinito; la mayoría de los enfermos incorporan una o dos al tratamiento médico, incluyendo las bebidas alcohólicas.
La utilización de estos remedios propuestos por amigos, vecinos o familiares se hace a espaldas el médico, a quien no se lo han dicho «porque él no lo ha preguntado».
De lo que se deduce que debe existir una mayor compenetración entre el médico y el enfermo. Y para obtener los mejores resultados el médico debe ser competente y el enfermo sincero y que ambos deben intentar y lograr la mayor compenetración posible.
El enfermo debe conocer en todos los casos la enfermedad que padece, cuál es su curso natural (evolución sin tratamiento), las grandes posibilidades de conseguir una remisión con un tratamiento bien concebido y bien llevado y por ello se exponen los motivos que hay para llevarlo a cabo sin desmayos, sin claudicaciones y sin interferencias.
Los enfermos que no conocen su enfermedad y las posibilidades evolutivas, carecen de motivación para aceptar las incomodidades del tratamiento y se limitan a tomar remedios contra el dolor. Muchos son los sufrimientos, las incapacidades y las invalídeces que se podrían evitar con un poco más de información pública respecto a estos problemas.
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