Forzarnos a pasar hambre no es la solución para tener una buena linea

A nadie le gusta seguir una dieta: son frustrantes, pues las estadísticas demuestran que la gran mayoría se abandonan al poco de empezar; suelen ser caras y poco compatibles con la vida social, y además no suelen arrojar ningún resultado positivo, y sí muchos negativos: junto a ocasionales trastornos —que pueden llegar a ser graves en regímenes astrictos—, uno de los efectos indeseados de seguir un régimen es que una vez acabado, más de un tercio de las personas acaban pesando más que antes de iniciarlo.
Este resultado es el habitual en las personas acostumbradas a las dietas de quita y pon, es decir, a vivir intermitentemente en dieta. Estas personas siguen un régimen durante un par de semanas, pierden algo de peso, y vuelven a comer con normalidad. De este modo recuperan el peso y, al final, resulta que pesan más que antes de empezar el régimen, con lo que se embarcan en un régimen todavía más estricto, lo dejan, y vuelven a acumular todavía más peso que antes.
Y así sucesivamente. Cada vez que nos embarcamos en un régimen, nuestro cuerpo recibe una señal de alarma y entra en modo «supervivencia», reduciendo metabolismo. Forzar a hacer pasar hambre a nuestro cuerpo es ejercer una violencia gratuita, porque los regímenes nunca funcionan a largo plazo. Para que los logros de una buena alimentación no sean transitorios, deben estar basados en un cambio n el estilo de vida y la cultura alimentaria.
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