La hipertensión y sus enfermedades relacionadas

Insuficiencia renal

La relación entre las enfermedades renales y la hipertensión es un círculo vicioso clásico. Las enfermedades renales, especialmente las que interfieren con su suministro de sangre, pueden provocar hipertensión. Asimismo, una presión arterial persistentemente elevada (sobre todo el tipo de hipertensión maligna) puede provocar una lesión de los riñones. El aumento de la presión lesiona las arteriolas y afecta su función, que depende considerablemente de un suministro de sangre adecuado.

En la orina de los pacientes hipertensos con insuficiencia renal se observan grandes cantidades de proteínas. Los síntomas pueden incluir tener que levantarse por la noche a orinar y orinar volúmenes mayores de lo habitual durante el día. Debido a la insuficiencia renal, las sustancias tóxicas habitualmente filtradas y excretadas por la orina se acumulan en la sangre. El estado del paciente puede deteriorarse con rapidez y pronto puede conducirlo a la muerte. Por desgracia, el tratamiento de la hipertensión subyacente rara vez mejora la función renal.

Apoplejía

La apoplejía consiste en la lesión de un área del tejido cerebral como consecuencia de la presión de la sangre extravasada o de la interferencia en la circulación y la consiguiente falta de oxígeno y glucosa. Para sobrevivir, las células cerebrales dependen de un suministro constante y adecuado de estos dos elementos, que no pueden almacenarse, por lo que una reducción significativa lesiona gravemente el área afectada.

La hipertensión aumenta el riesgo de una apoplejía de dos formas. En primer lugar, estimula la aparición de una aterosclerosis, lo que disminuye el calibre de las arterias del cerebro. Esto aumenta sus probabilidades de obstruirse por un coágulo de sangre procedente del corazón o de los pulmones o por fragmentos de tejido que se originan en el corazón o en una arteria patológica.

En segundo lugar, somete a una grave tensión a las paredes de los delicados vasos sanguíneos del cerebro y puede acabar por ocasionar la rotura de uno de ellos. En este caso; la sangre se extravasa hasta los tejidos circundantes y se produce una hemorragia cerebral.

Los síntomas de las apoplejías menores incluyen la pérdida de la utilización de una mano, de un brazo o de una pierna, o la pérdida del habla. Habitualmente, al cabo de dos semanas tiene lugar una recuperación más o menos completa, pero es indispensable disminuir la presión arterial.

Los síntomas de las apoplejías mayores incluyen debilidad o parálisis de un lado del cuerpo, pérdida del habla y en ocasiones pérdida de la conciencia. Los problemas del habla y la parálisis persisten durante un tiempo más prolongado en las apoplejías mayores, pero con ayuda muchas víctimas logran una recuperación satisfactoria. Una vez más, el tratamiento de la hipertensión es una prioridad principal.

Los ataques isquémicos transitorios son similares a las apoplejías menores y producen una sensación de hormigueo y entumecimiento corporal, dificultades del habla, pérdida de la conciencia de la identidad y del entorno, aturdimiento y alteraciones visuales. Pueden asustar considerablemente al paciente, pero los síntomas remiten al cabo de pocos minutos. Se cree que son consecuencia de un espasmo temporal de los vasos sanguíneos que irrigan un área del cerebro o de la presión en una arteria del cuello que conduce la sangre al cerebro, como consecuencia de una postura inadecuada del cuello.

Una tercera parte de la gente que experimenta un episodio isquémico transitorio no presenta alteraciones adicionales; otra tercera parte continúa experimentándolos de vez en cuando sin sufrir consecuencias graves, y la otra tercera parte experimentará una apoplejía que revestirá mayor gravedad.

La demencia senil es la cuarta causa principal de muerte en muchos países occidentales y afecta al 5-7% de la población de más de 65 años, al 30% de los individuos de 80 años y al 50% de los individuos de 90 años o más. Si tenemos en cuenta el aumento espectacular de la esperanza de vida en los países desarrollados y estas cifras de predominio de la demencia, es inevitable pensar que en las próximas décadas la demencia constituirá un problema sanitario muy grave.

Este proceso afecta al movimiento físico y los procesos del pensamiento, la memoria, la energía, la estabilidad emocional, el apetito y la capacidad y voluntad de efectuar tareas simples como vestirse, prepararse la comida o beber y leer o hacer punto.

Existen muchas variedades de esta enfermedad, pero la más relacionada con la hipertensión es la demencia multiinfarto, en la que una serie de ataques de apoplejía menores que no son percibidos por el paciente ni por sus familiares y médico destruyen gradualmente varias áreas del tejido cerebral. La hipertensión predispone notablemente a las personas ancianas a este proceso y es un poderoso argumente que respalda la disminución de la hipertensión en este grupo de edad.




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