La iniciación sexual en los adolescentes

De acuerdo con mis estudios, el 60% de las niñitas entre los trece y los catorce años que se inician sexual­mente lo hacen para dar la antigua y clásica «prueba de amor». Debajo de esto hay un temor de perder a la persona que me gusta, o incluso, más fuerte todavía, miedo a que «se podía enojar si yo le decía que no, y podía no darse cuenta de que de verdad a mí me in­teresa y como yo quiero demostrarle que me interesa, entonces accedo». Ese temor al enojo me impresiona mucho porque tiene que ver con un miedo a la vio­lencia desde muy chicos, sobre todo en los niveles so­cioeconómicos más bajos. Y que, por supuesto, viene dado por la escuela de la madre, y si no la vivió la ma­dre, la vivió la tía o la vecina. Entonces, lo que hacen las mujeres de esta clase socioeconómica es evitar que los hombres se enojen. Y la manera de evitarlo es ac­cediendo a lo que ellos de alguna manera les solicitan.

Los hombres en general se inician por curiosidad, por tratar de pasar a otra etapa y poder contar que ya son hombres. En el caso de la gran mayoría de mujeres que encuesté en ese momento, y que he ido encuestando posteriormente, si se les pregunta a ellas si en el fondo están contentas con lo que hicieron, te diría que si pudieran elegir ahora, más grandes, dirían que no, que no lo harían. Pero la presión que ellas sienten en ese minuto es muy grande y, por lo tan­to, no disfrutan el acto, que es la consecuencia más grave tal vez del proceso, porque implica empezar a experimentar una sexualidad no asociada al afecto ni al placer, sino que a una obligación de cumplirle al hombre que uno quiere. Es como el ticket de esas mujeres adultas que dicen: «Bueno, tengo que hacer­lo porque si no anda con un genio insoportable». Esa mujer probablemente se inició sexualmente también por complacer y no por una decisión personal, asocia­da a un compromiso, a una afectividad permanente, a algo más sólido que me hiciera sentir que después de tener relaciones con la persona vamos a poder consolidar un proyecto en conjunto.

En el caso de los hombres, el tema sexual tiene que ver con reforzar la masculinidad, sobre todo en este período. Ahí también yo creo que hay un ám­bito familiar que está débil, y que no pasa necesa­riamente por sentarse a hablar con los hijos de sexo a esta edad, sino que por vivir la vida fomentando y hablando de temas que estén relacionados con eso. Y en este aspecto siento que la televisión entrega mucha información que permite puntos de discusión. Por ejemplo, una teleserie donde un personaje está siendo infiel. Al respecto se le puedes preguntar a un hijo de trece años: «¿Y a ti qué te parece que él haga eso?». Entonces, él te puede responder: «Si tiene que elegir a quién quiere, déjalo». «Sí, pero tiene un com­promiso con otra persona», le recuerdas tú. «Bueno,pero no importa, después lo arreglará», dice tu hijo.

Entonces vuelvo al tema de hacer buenas pre­guntas y no decir, por ejemplo, «mira qué espanto lo que acaba de aparecer ahí», porque de esa forma no voy a tener idea de lo que piensa mi hijo. Por lo tan­to, si apareció el tema de la violación en las noticias y estamos viendo TV con mi hijo, yo le puedo pre­guntar: «¿Hay alguien que tú conozcas que haya sido presionado para tener relaciones sexuales?». Y de esa forma conseguir que la conversación sea fluida.

No es tan difícil como parece

Yo sé que muchos papás cuando lean esto van a decir: «Ah, pero mi hijo no me va a contestar nada; me va a decir que no quiere hablar de ese tema». Cla­ro, pero eso pasa en las familias donde no hay comu­nicación, y cuando uno trata de colocar esos temas, por supuesto que los adolescentes arrancarán. Pero en las familias en las cuales siempre se ha hablado de esos temas, incluso mucho antes de los nueve años, eso no pasa. Si yo como mamá siempre estoy comen­tando situaciones que veo, como que tal modelo en la televisión se ve poco pudorosa o muestra una imagen de mujer que no me gusta, y si aquello lo ha escu­chado mi hijo de cinco años, entonces me puede dar también una opinión: «Bueno, pero se ve bonita, pa­rece que anduviera con bikini». «Sí, pero no está con bikini, no se está moviendo como en la playa», le acla­ro yo. Y puedo hablar con mi hijo al respecto, peroeso tiene que venir de abajo para que el adolescente de verdad tenga la capacidad de conversar.

O si vienen amigos míos a comer y se habla de ciertos temas, el niño tiene que estar en la mesa co­miendo y participar de las conversaciones, sobre todo a esta edad, entre los once y los trece; tiene que opi­nar de temas de pareja, de noticias, de política, etcé­tera. Por ejemplo, me impresioné con mis hijos, que asisten a un colegio particular, cuando les pregunté por el nombre de un ministro en la celebración de las fiestas patrias del año pasado. No tenían idea, no sabían cómo se llamaba y no les interesaba. Allí ahí hay un tema de educación escolar, pero también tie­ne que ver con nosotros como papás, de cuánto nos hemos involucrado en enseñar estas cosas a los ni­ños. Nuestros hijos no saben y, lo peor de todo, es que parece no interesarles o no tienen ganas de saber quién es la ministra de Salud en este momento, por ejemplo. Pero también creo que hay un gran número de adultos que no tienen idea del nombre de aquel personaje.

Esta es la edad clave donde nuestros hijos están como una esponja, donde todavía puedes producir modificaciones para que empiecen a conocer el mundo, para que exploren la diversidad, para que tengan información, para que aprendan a conversar y a discrepar, para que puedan comenzar a formar una adolescencia que esté basada en procesos de búsqueda interior, pero que no se fundamente en el no saber, en desconocer cómo está funcionando el planeta en el que vivo. Yo creo que es una edad crucial para generar ese tipo de reflexiones, porque ya más tarde les interesa menos.




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