Los adolescentes de 15 años y el pudor

LIegamos a los quince años, la que arquetípicamente o en el incons­ciente colectivo, igual que los dieciocho, es una edad importante. Parece que algo cambia en la estructura mental de nuestros hijos y nosotros los hacemos sen­tir, como sociedad o como un grupo de personas que los protegen o los contienen, que ya son un poco más grandes. Entonces ahí entra a jugar mucho el concep­to de autonomía.

Si señalaba que entre los nueve y los once años, incluso también entre los once y los trece, la palabra clave era «cambio», diría que entre los trece y los quince, incluso hasta los diecisiete, la palabra crucial es «terremoto». Y tiene que ver, por una parte, con la movilización interna, muy fuerte, de muchas cosas que ellos tienen que ser capaces de hacer, porque la socie­dad se los exige, y, por otra, de movimientos internos, de búsqueda de conceptos, de identidad, que toca o ataca distintas áreas en su proceso de crecimiento.

Yo diría que el más fuerte de todos estos cambios, del cual los padres parecen estar más preocupados por el riesgo que implica, es el sexo. Y aquí los padres de­ben tener la capacidad de explicarles a sus hijos la di­ferencia entre sexo y sexualidad. Decirles que el sexo

tiene que ver con la práctica sexual, y la sexualidad con la connotación de esta práctica asociada a los va­lores, al compromiso, a la espera, a la contención y a la formación que ese niño o que ese adolescente ya ha recibido.

Por lo tanto, entran a jugar ahí un montón de conceptos importantes asociados al tema de la sexua­lidad. Y me voy a referir a la sexualidad, porque evi­dentemente no es una edad para tener sexo aún, pero sí para poder entender ciertos temas asociados a la sexualidad, que creo que hay que tenerlos claros.

El primero es el tema del pudor o el recato. Me parece que es un concepto que parece estar en ex­tinción, sobre todo en el caso de las mujeres, pero también hay que educarlo en los hombres. Hoy, ellas funcionan —como siempre digo— con «cara de Virgen María» y con cuerpo de María Magdalena. Y en esa disociación, ellas no logran integrarse interiormente en el tipo de mujeres que quieren ser y, por lo tanto, cómo se tienen que comportar.

Por un lado, hay una corriente social y cultural que les dice que da lo mismo a qué edad empiezan a practicar su sexualidad y cómo lo hagan; por lo tan­to, aparecen ciertas etapas que ellas y que ellos van viviendo donde primero pasa por besarse con cual­quiera, incluso sin saber el nombre de esa persona. De hecho, hoy existe todo un juego con pulseritas queellas hacen con hilo de bordar; esas pulseritas se las entregan al varón al cual besaron, que, por supues­to, no tienen idea quién es. El juego consiste en que todas las pulseras que yo traje como mujer las debo entregar esa noche, así el hombre se va con todas las pulseras puestas y la mujer se queda sin ninguna. Ese juego, evidentemente, arrasa con el concepto del pudor, con valorar el beso como algo importante. Me llama la atención el poco valor de un beso, transfor­mado simplemente en una práctica de juego, de bús­queda de sensaciones o de adrenalina.

Lo anterior implica un segundo concepto, que es el tema del autocuidado, que está en riesgo en esta edad y a lo largo de toda la adolescencia.

Claramente, los varones tienen pocas variables para cuidarse, pues para ellos el cuidarse es un signo de estupidez. Hoy día, el miedo, por ejemplo, que era un elemento protector en mi generación, es algo que hay que atravesar; entonces, yo tengo que cometer actos arriesgados para probar que soy valiente. Y eso es válido tanto para la conducta sexual como para la conducta del consumo de alcohol, para las drogas, para la conducta delictual, para los ritos de iniciación de las tribus urbanas, etc. El tema es vencer el miedo y no tomar lo positivo del miedo como un elemento protector que me cuida de riesgos o de factores que yo no sé manejar.

El subir una foto a Internet de una pareja que está teniendo contacto, donde se tocan y se rozan en zonas genitales, que es lo previo al acto sexual, ellos lo validan porque lo sienten como un acto de auto-cuidado frente a una posible pérdida de virginidad. Lo digo con algo de risa porque hay poca concepción de cuánto están involucrando el alma en todo ese proceso. El tema es vencer ese temor y, por lo tanto, acceder a todos los riesgos que involucra subir esa página y que todo el mundo se entere. Entonces, el autocuidado asociado a lo sexual es clave.




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