Mejoras en los tratamientos contra problemas prostáticos

Existe en la actualidad un medicamento, la finasterida, que puede ser más útil en la prevención de la hiperplasia prostática benigna que para tratarla una vez se ha declarado. Todos los hombres deberían empezar a tomarlo a partir de los 40 años, aunque teniendo en cuenta que se trata de una enfermedad que en la mayoría de los casos supone un incordio más que una amenaza para la vida, no resulta muy práctico y ningún sistema público de salud se lo podría permitir.

A medida que se descubran nuevos medicamentos y vayan mejorando técnicas como la termoterapia y los aparatos láser, la resección transuretral de la próstata «pasará de moda» y no se realizarán intervenciones de próstata, aunque todavía deberán transcurrir muchos años hasta llegar a conseguirlo.

El cáncer de próstata es una enfermedad muy importante. Si los tratamientos fueran más simples que la extirpación de la próstata o la radioterapia, sería mucho más factible combatir la enfermedad con una estrecha vigilancia para detectarla en su primera fase. Los especialistas empiezan a descubrir las causas y la forma de prevenirlas, y en Estados Unidos se están llevando a cabo ensayos clínicos con fármacos que podrían evitar el desarrollo del cáncer de próstata.

Ensayos clínicos

Hoy en día se están probando muchos métodos para combatir la hiperplasia prostática benigna y el cáncer. Estos tratamientos sólo pueden probarse con voluntarios que padecen algún trastorno de la próstata. Las pruebas se llaman ensayos clínicos y son esenciales para demostrar la eficacia de un tratamiento nuevo.

Cualquier persona que padezca alguna enfermedad de la próstata puede tomar parte en estos ensayos. Por lo general se refiere a tratamientos que han sido probados durante mucho tiempo; en consecuencia, son muy seguros y existen muchas posibilidades de que resulten efectivos. De hecho, a veces la única forma de tener acceso a un fármaco nuevo y muy prometedor es participar en estos ensayos.

La mayoría son estudios randomizados a doble ciego, lo que significa que se comparan dos tratamientos distintos, o uno con otro inocuo, llamado placebo. La comparación sólo es válida si el tratamiento que sigue cada paciente se escoge al azar. Para que la interpretación de los resultados sea justa, ninguno de los pacientes ni los médicos que realizan el ensayo sabrán qué tratamiento sigue cada paciente (aunque, si es preciso, se puede averiguar fácilmente).

¿Por qué es necesario un placebo?

El mero hecho de visitar a un médico puede hacer que el enfermo se sienta mejor. El efecto placebo puede observarse en muchos ensayos de hiperplasia prostática benigna. Esto se puede deber a que la atención que reciben los pacientes hace que se preocupen menos por su enfermedad, y una de las consecuencias es la relajación del músculo de la próstata. Los enfermos sometidos al tratamiento inocuo pueden notar una disminución de los síntomas y una mejora del flujo, por lo que es muy importante comparar el ensayo con fármacos con el del placebo para asegurarse de que son en realidad los medicamentos los que mejoran la situación.

La ventaja de participar en un ensayo es la atención recibida, pero a cambio el enfermo debe acudir al hospital mucho más a menudo, y hay gente a la que le resulta difícil. El principal inconveniente de la mayoría de ensayos es que es necesario tomar muchas muestras de sangre.

Antes de ser probados con personas, los ensayos deben recibir el visto bueno de la entidad sanitaria correspondiente de cada país. Un médico explicará verbalmente y por escrito al paciente en qué consiste, para que pueda meditar si desea tomar parte o no. El afectado tiene que decidir sin sentirse presionado; además, nadie pondrá ninguna objeción si al final decide no participar. Sin embargo, la mayoría de los que toman parte disfrutan hasta cierto punto de esta experiencia y se benefician del tratamiento.

Aplicación del tratamiento

Muchas enfermedades pueden ser tratadas tanto por especialistas como por médicos de cabecera. Los pacientes que sufren diabetes e hipertensión ya están familiarizados con este hecho. Hasta hace un tiempo, el único tratamiento para la hiperplasia prostática benigna era la intervención quirúrgica, lo cual significaba visitar a un urólogo. A menos que consideraran que el problema no era grave y no necesitara tratamiento, los afectados optaban por visitar al urólogo, e incluso hoy en día la mayoría de hombres con problemas de próstata recibe tratamiento en una clínica especializada.

Sin embargo, el tratamiento de los trastornos de próstata ha cambiado mucho ahora que existen fármacos para combatir la hiperplasia prostática benigna y los enfermos toleran menos los síntomas. La gente tiene una esperanza de vida superior y, en consecuencia, hay más hombres con posibilidades de sufrir esta enfermedad.

Si la hiperplasia prostática benigna no es grave se puede combatir con diferentes fármacos, por lo que ya no es imprescindible que los urólogos se encarguen de todos los pacientes. Sin embargo, es importante que alguien analice al paciente y su próstata antes de empezar el tratamiento para asegurarse de que los medicamentos recetados son los más adecuados y además descartar el cáncer y otras enfermedades graves que debe tratar un especialista.

Algunos médicos de cabecera se han mostrado muy entusiasmados con esta tendencia, y algunos centros de salud disponen ya de máquinas de medición del flujo máximo miccional, de forma que son los médicos de cabecera quienes realizan la mayoría de pruebas. En otros casos, los facultativos quieren conocer los resultados de las pruebas pero no las pueden realizar ellos mismos.

Muchos hospitales de Estados Unidos han creado «clínicas de hiperplasia prostática benigna de acceso libre», a las que los pacientes van a realizarse pruebas sin tener que visitar a un urólogo. El personal de estas clínicas acostumbra estar formado por enfermeras muy calificadas, aunque también suele haber un médico para realizar el examen rectal de la próstata.

Los resultados de estas pruebas se envían al médico de cabecera de cada paciente, pero también se analizan en el hospital; allí se aconseja al enfermo sobre el tratamiento a seguir. Si detectan algún indicio de cáncer, el paciente será visitado de inmediato por el urólogo a cargo de la clínica.

Este sistema ofrece muchas ventajas para el paciente:

  • Recibe atención con más rapidez, ya que la lista de espera es inferior a un mes.
  • El trato será más eficiente, ya que en la clínica sólo se tratan enfermedades de la próstata.
  • El personal está especializado en el tema y dispone de más tiempo para proporcionar información y responder a cualquier pregunta.
  • Muchos hombres se sienten más a gusto si pueden visitar a su médico de cabecera (al que conocen desde hace años) antes que a un especialista al que no han visto nunca, ya que se trata de un problema que causa cierto pudor.

Estos cambios suponen un gran adelanto en el trato de enfermos, ya que durante los últimos años se han inaugurado varias de estas clínicas de acceso libre. Resulta difícil predecir el futuro, pero los grandes centros de salud podrían empezar a crear sus propias unidades, ya sea con un urólogo del hospital que se encargue de realizar las visitas o, quizá, con algún médico en prácticas que desee especializarse no sólo en el tratamiento de la hiperplasia prostática benigna, sino en otras enfermedades urinarias.

Habría que tranquilizar a los pacientes para que tuvieran muy claro que estos cambios mejorarán el trato que reciben y reflejarán el aumento de interés que ha habido en los últimos años respecto a esta al tema.




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