Priorizar los glúcidos que liberan energía durante todo el día, en lugar de almacenarse como grasa

Los glúcidos o carbohidratos son azúcares y almidones o féculas. Se consideran «buenos» o «malos» según la rapidez con la que llegan e la sangre.
La velocidad de absorción determina su función energética y su calidad nutritiva. Los glúcidos simples, de liberación rápida, cuando se consumen solos, provocan un aumento acelerado de azúcar en la sangre, pasan y aportan una energía inmediata, que va seguida de un bajón, y que se convierte fácilmente en kilos de más si no se gasta al instante.
Los glúcidos complejos, de liberación lenta, nos proporcionan una energía repartida durante toda la jornada, porque tardan mucho más tiempo en ser digeridos que los azúcares simples.
Esta segunda opción es mucho más recomendable desde el punto de vista dietético, porque las calorías ingeridas acaban cumpliendo más fácilmente su función de: satisfacer las demandas energéticas del organismo y es menos probable que acaben siendo almacenadas como grasa de reserva.
Los glúcidos simples están presentes sobre todo en azúcares, almíbar y mermeladas, caramelos y dulces, jaleas, miel, chocolate y derivados, repostería, pastelería, bollería y bebidas azucaradas. Los complejos los encontramos principalmente en féculas, cereales, pastas, frutos secos y legumbres. Eso sí: siempre que sean integrales, pues muchos carbohidratos «buenos» se convierten en «malos» tras su procesamiento industrial.
Es el caso de los cereales refinados, como la harina blanca y sus derivados en panadería y bollería, o el arroz blanco, que actúan como azúcares simples de rápida absorción.
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