Problemas para tragar los comprimidos o cápsulas en pacientes hipertensos

La descripción de los problemas que puede plantear la medicación no estaría completa sin mencionar uno de los más frecuentes: el de tragar el comprimido o cápsula. Muchas personas tienen dificultades para tragar comprimidos de cualquier tipo. Esto es más probable en las personas de edad avanzada, las que sufren una enfermedad bucal o de la garganta o aquellas cuya garganta parece «cerrarse» al intentar tragar un comprimido o cápsula.
Este problema se debe a veces a causas psicológicas, cuando la persona no tiene problemas para tragar alimentos del mismo tamaño de un comprimido, como frutos secos, caramelos o palomitas de maíz. La dificultad para tragar el comprimido puede ser aún mayor si se sienten náuseas (como consecuencia de la última dosis) o se tiene poco apetito. Comparativamente, los bocados apetitosos son fáciles de tragar mientras que los comprimidos y las cápsulas le producen náuseas. Reserve el bocado como recompensa después de tomar la medicación y beba mucha agua.
Informes de los estudios clínicos
Ahora ya conoce parte de los numerosos efectos adversos y las dificultades prácticas a las que se enfrentan los pacientes hipertensos que reciben un tratamiento farmacológico. No obstante, es necesario destacar que algunos pacientes no experimentan ningún efecto adverso y, por otra parte, es muy poco probable que un paciente experimente todos los inconvenientes que un fármaco determinado es capaz de provocar.
Si está recibiendo un tratamiento para la hipertensión debe continuarlo hasta que los remedios naturales que aprenderá a utilizar produzcan una mejoría apreciable de la hipertensión. En ese momento su médico le reducirá la dosis del fármaco, o tal vez suspenda el tratamiento durante un período de prueba. Si experimenta reacciones adversas a cualquier fármaco, lo mejor que puede hacer es visitar de nuevo a su médico general y pedirle que modifique el tratamiento. Aun en el caso de que deba dejar el medicamento porque no le sienta bien, tendrá que sustituirlo por otro.
Se ha de reconocer también el difícil trabajo que los médicos y científicos han realizado durante las cuatro últimas décadas para examinar los nuevos preparados y llevar a cabo ensayos clínicos a fin de mejorar la eficacia y la aceptación del tratamiento antihipertensivo. Con frecuencia se critica a la industria farmacéutica por los millones y millones que gana cada año, pero son beneficios justos considerando dónde estaríamos sin fármacos investigados adecuadamente y sin los productos farmacológicos novedosos que cada año se comercializan.
Los fármacos que contienen alcaloides de la rauwolfia, obtenidos de una planta del sudeste asiático denominada Rauwolfia serpentina, son un caso aparte. Fueron los primeros antihipertensivos utilizados. Al principio, estos fármacos se prescribían como sedantes, pero se observó que disminuían la presión arterial y el primero comercializado, la reserpina (Serpasol), fue utilizado como antihipertensivo durante décadas.
La reserpina y preparados afines actúan sobre una hormona, la adrenalina, producida por unas glándulas de nuestro cuerpo localizadas sobre los riñones y denominadas glándulas suprarrenales. Después de alcanzar el torrente circulatorio, el destino final de la adrenalina es el sistema nervioso. Hoy día, la reserpina apenas se receta ya que produce entre otros efectos adversos congestión nasal, sensación de cansancio y diarrea, así como un aumento de la producción de ácido gástrico (lo que ha de evitar a toda costa si padece una úlcera péptica).
Otra reacción desagradable de los derivados de la rauwolfia y de los vasodilatadores es la hipotensión postural que produce en el paciente una sensación de mareo y desequilibrio al ponerse de pie súbitamente e incluso puede hacerle caer al suelo. En pacientes tratados con estos fármacos también se han mencionado casos de depresión grave que en algunas personas han conducido a ideas suicidas.
Es interesante comparar la situación cuando los alcaloides de la rauwolfia eran el pilar del tratamiento antihipertensivo con la extraordinaria cantidad de preparados que los médicos tienen hoy día a su disposición. En 1986 apareció un informe en una revista médica semanal con el título «Aumento de la esperanza de vida para las víctimas de la hipertensión». El artículo mencionaba que la medicina había ganado una notable batalla a la denominada hipertensión maligna con la posibilidad de una esperanza de vida casi normal para las víctimas de esta enfermedad. El artículo recordaba a los lectores que, 25 años atrás, el índice de supervivencia a los 5 años de los pacientes con una retinopatía (una enfermedad de la retina debida a un aumento de la presión arterial que a menudo provoca ceguera y es indicativa de una hipertensión que representa un riesgo para la vida) era inferior al 1%. Por aquel entonces un grupo de investigadores del Reino Unido indicaban unos índices de supervivencia a los 5 años del 82% para los 100 primeros pacientes con una retinopatía grave visitados en la clínica desde que los investigadores habían iniciado el estudio en 1974. Este porcentaje es similar al índice de supervivencia a los 5 años de la población general, que es del 94%.
En un artículo de la misma revista, un grupo español de especialistas del riñón (las enfermedades renales constituyen una de las principales causas de hipertensión maligna) mencionó un resultado todavía más espectacular. Este grupo de especialistas estudiaron entre 1974 y 1984 a 165 pacientes afectados y mencionaron una supervivencia a los 5 años del 87%. La disminución del índice de mortalidad entre los pacientes con una lesión renal dependió hasta un grado considerable del tratamiento precoz de la insuficiencia renal. Sin embargo, gran parte del éxito de ambos grupos se debió a la utilización de fármacos para controlar los valores peligrosamente elevados de la presión arterial y «la mayor parte de los pacientes necesitaron una combinación de 3 o más fármacos».
Este estudio destaca claramente las ventajas de los diversos medicamentos antihipertensivos con mecanismos de acción diferentes, que atacan el problema desde diversos ángulos.
La misma revista médica describía el éxito espectacular del tratamiento de la hipertensión obtenido en un hospital utilizando una serie de estrategias que incluyeron un tiempo de consulta adecuado, visitas flexibles y consejos individuales a los pacientes sobre la dieta y el abandono del hábito tabáquico.
De los 500 pacientes visitados en el hospital, 175 habían sido visitados durante 4 años. El control adecuado de la presión arterial aumentó desde el 22% al 79%. Los resultados se obtuvieron principalmente con un tratamiento simple a base de un bloqueador beta en el 70% de los casos, combinado con un diurético si fue necesario. Sólo una tercera parte de los pacientes necesitó también un vasodilatador.
Sin embargo, el articulista se lamentaba de que este planteamiento no había influido en el hábito tabáquico ni en la disminución de peso en los pacientes que presentaban un sobrepeso importante.
No quiero decir con esto que el hábito tabáquico y la obesidad no sean perjudiciales, sobre todo para los pacientes hipertensos, sino que los resultados podrían haber sido mucho mejores si los pacientes hubieran cumplido los consejos de sus médicos. Probablemente, muchos de ellos habrían podido mantener la presión arterial dentro de unos límites saludables sin la ayuda de los fármacos o, al menos, con una dosis reducida de éstos.
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